Si quieres cambiar el mundo, empieza por hacer tu cama
“Si quieres cambiar el mundo, empieza por hacer tu cama. Si haces tu cama todas las mañanas, habrás completado la primera tarea del día. Esto te dará algo de orgullo, y te motivarás para hacer otra tarea, y otra, y otra. Y al final del día, ésa primera tarea completada se habrá convertido en muchas tareas completadas. Hacer tu cama, también reforzará el hecho de que las pequeñas cosas de la vida importan. Si no puedes hacer bien las pequeñas cosas, nunca podrás hacer bien las grandes. Y si para variar, tienes un día horrible, al menos llegarás a casa con tu cama hecha. La que tú hiciste. Una cama hecha te dará la motivación de que mañana será mejor”.
Cambiar el mundo: lecciones para la vida del almirante William H. McRaven
Quería comenzar este artículo con estas palabras del almirante William H. McRaven. El hombre que cazó a Bin Laden, el hombre que pasó de héroe militar de los Navy SEAL a gurú del coaching gracias a un discurso que dio en la Universidad de Texas y que puedes ver debajo de estas líneas. Él es el hombre al que comparan con Steve Jobs en cuanto a motivación personal se refiere.
Aguanta y nunca jamás te rindas si quieres mejorar el mundo
Para superar el entrenamiento SEAL, hay que completar largas series nadando. Una de las series es por la noche. Antes de nadar, alegremente los instructores le explican a los estudiantes todas las especies de tiburones que habitan en las aguas de San Clemente. Te aseguran, sin embargo, que ningún estudiante has sido comido por un tiburón, al menos que ellos recuerden. Y también te enseñan que si un tiburón circula alrededor de tu posición, ¡aguanta firme! No te alejes nadando. No muestres temor. Y si el tiburón, hambriento por un aperitivo nocturno se te hecha encima, recupera todas tus fuerzas y golpéalo en la nariz. Así el tiburón se irá. Hay muchos tiburones en este mundo. Si pretendes completar tu misión, tendrás que enfrentarte a ellos. Así que si quieres cambiar el mundo, encárate a los tiburones.
Tras semanas de difícil entrenamiento, mi clase SEAL, que había empezado con 150 hombres, había bajado a sólo 42. Había ahora seis botes con 7 hombres en cada uno. Yo estaba en el bote de los chicos altos, pero la mejor tripulación estaba hecha por hombres pequeños. Les llamábamos “los pequeñuelos”, porque no superaban el metro y medio. “Los pequeñuelos” tenían un “indio-americano”, un “afro-americano”, un “polaco-americano”, un “griego-americano”, un “italiano-americano”, y dos chicos rudos del medio oeste de EEUU. Superaban en remo, velocidad y natación a todos los demás botes. Los hombres más grandes siempre hacían “bromas sanas” de las pequeñas aletas que “los pequeñuelos” ponían en sus pequeños pies antes de cada serie. Pero de alguna manera estos pequeños hombres de todos los rincones de la nación y el mundo siempre se reían los últimos. Nadaban más rápido que nadie y alcanzaban la costa mucho antes que el resto de nosotros.
El entrenamiento SEAL era un gran ecualizador. Nada importa más que tus ganas de triunfar. Ni tu color de piel, ni tus valores éticos, ni tu educación o tu estatus social. Si quieres cambiar el mundo, mide a las personas por el tamaño de su corazón, no por el tamaño de sus aletas.
La novena semana del entrenamiento se llama “la semana del infierno”. Son 6 días sin dormir, acosados física y mentalmente, y hay un día especial en el lodo. El lodo está entre San Diego y Tijuana, donde se acaba el agua y se crean los “lodazales de Tijuana”. Un terreno pantanoso donde la tierra te traga. La “semana del infierno” empieza el miércoles, cuando deben remas hasta el lodo y te pasas las próximas 15 horas intentando sobrevivir al frío extremo, al aullante viento, y la incesante presión de los instructores para que abandones.
Al bajar el sol del miércoles, mi clase de entrenamiento, habiendo cometido alguna atroz infracción de las reglas, fue enviado al lodo. El barro consumió a cada hombre hasta que sólo quedaron visible nuestras cabezas. Nos decían que podíamos dejar el barro si únicamente 5 se rendían. Sólo 5 hombres, solamente 5, y podríamos salir del angustiante frío. Con una mirada alrededor, era aparente que algunos estaban a punto de rendirse. Aún quedaban 8 horas hasta que el sol saliera.
Ocho horas más de frío hasta los huesos. Los dientes temblorosos y los gemidos escalofriantes de los aprendices eran tan fuertes que era difícil oír nada. De pronto, una voz se abre eco en la noche. Una voz entonaba una canción. La canción estaba terriblemente desafinada, pero cantada con mucho entusiasmo. Esa voz se convirtió en dos voces, y dos se hicieron tres, y sin saberlo todos estábamos cantando. Los instructores amenazaban con más tiempo en el barro si seguíamos cantando. Pero el canto persistió, y de alguna manera el lodo parecía algo más cálido, y el viento algo más domado, y el amanecer no se veía tan lejos.
Si quieres cambiar el mundo, da a la gente esperanza
“Si algo he aprendido viajando alrededor del mundo, es la fuerza de la esperanza. La fuerza de una persona. Un Washington, un Lincoln, King, Mandela, y hasta una pequeña niña de Pakistán, Malala. Una persona puede cambiar el mundo dando a la gente esperanza. Así que si quieres cambiar el mundo, comienza cada día con una tarea completada. Encuentra alguien que te ayude en la vida. Respeta a todo el mundo. Asume que la vida no es justa y que te equivocarás muy a menudo. Pero si corres algún riesgo, aguanta cuando la cosa se pongan difíciles. Calla a los abusadores, levanta a los oprimidos y nunca jamás te rindas. Si haces esto, la próxima generación y las generaciones siguientes vivirán en un mundo mucho mejor del que tenemos hoy. Y lo que comenzó aquí habrá cambiado el mundo para mejor”